domingo, mayo 08, 2016

La conspiracion de los Diez Canseco. Fuente: Friedrich Katz Algunos rasgos esenciales de la política del imperialismo alemán en América Latina de 1898 a 1941. En Hitler sobre América Latina. El fascismo Alemán en Latinoamérica 1933-1943. Editorial Fondo de Cultura Popular; México 1968; páginas 63-70

La conspiracion de los Diez Canseco

Fuente: Friedrich Katz Algunos rasgos esenciales de la política del imperialismo alemán en América Latina de 1898 a 1941. En Hitler sobre América Latina. El fascismo Alemán en Latinoamérica 1933-1943. Editorial Fondo de Cultura Popular; México 1968; páginas 63-70


Junto a las importantes promesas de los nazis a los países latinoamericanos, en los años 1940—1941 se produjo una reanimación de la actividad conspirativa alemana en esa región. El problema de la conspiración alemana es hasta hoy uno de los más discutidos en los textos do historia que tratan la cuestión de las actividades de la Alemania fascista en Latinoamérica. 

En los años 1940—1941 aparecieron cada vez más informes sobre conspiraciones de fascistas nativos con apoyo alemán o conspiraciones de organizaciones exteriores del NSDAP contra gobiernos latinoamericanos. En julio de 1940 y en junio de 1941 se produjeron intentos de putschs fascistas en Chile. En agosto de 1941 la policía chilena comunicaba que había descubierto conspiraciones en el sur de Chile, en la zona de colonización alemana.


En Uruguay, el gobierno descubrió en posesión de un destacado militante de la Organización del Extranjero un amplio plan para la ocupación del país por fascistas alemanes en colaboración con un ejército de invasión alemán. El sujeto en cuestión fue sometido a juicio».


En un memorándum del ministerio de Asuntos Exteriores se decía al respecto que Fuhrmann, el principal acusado en ese proceso, "había elaborado un plan para el reparto de Uruguay". El único remedio que veía Freytag, el consejero de legación en el ministerio de Asuntos Exteriores, para impedir una sentencia y el descrédito de la Alemania hitleriana ligado a ella, era "conseguir hacerlo (a Fuhrmann — F- K.) pasar por loco".


En Argentina, a toda una serie de alemanes se les encontraron armas, y el gobierno sospechaba asimismo de la existencia de una conspiración nazifascista. 


En Bolivia, la policía descubrió una carta del mayor Belmonte, agregado militar boliviano en Berlín, dirigida al doctor Wendler, embajador alemán en La Paz. Belmonte le había escrito lo siguiente: "He. sido informado por amigos de la Wilhelmstrasse (sede del ministerio de Asuntos Exteriores en Berlín — F. K.) que, según informes que ellos han recibido, se acerca el momento de pasar a los hechos y liberar a un pobre país de un gobierno débil con rasgos enteramente capitalistas. Yo iría más lejos aún: el golpe de Estado debe tener lugar a mediados de julio, y yo lo considero como el momento apropiado, pues, conforme a las noticias que he obtenido del ministerio de Asuntos Exteriores de Berlín, me regocijo en ver que todos los cónsules y amigos en toda la República boliviana han preparado el terreno y han organizado nuestras fuerzas inteligentemente y con energía"197. 

La publicación de esta carta, que los nazis calificaron de falsa, condujo a medidas severas por parte de la policía y del gobierno de Bolivia contra la Organización del Extranjero198.

El problema de esos intentos de pustchs es hasta la fecha, como ya se ha dicho, uno de los más discutidos en los textos de historia. Los historiadores y periodistas que han abordado esta cuestión han defendido en lo fundamental tres criterios:

1. Todas esas medidas eran preparativos para una invasión del continente americano proyectado por los nazis para realizarla inmediatamente después del triunfo sobre la Gran Bretaña. Esta era la concepción de destacados periodistas y escritores norteamericanos en los años 1940—1941, concepción que era compartida por una gran parte del gobierno norte americano.

2. Esos complots son exclusivamente la expresión de una histeria de masas que imperaba en los EU y en la América Latina a raíz de las victorias relámpago de los nazis en Europa. En todo caso, los complots han sido realizados por organizaciones locales sin instrucciones de Berlín. Tal es el punto de vista defendido por el holandés De Jong en su trabajo La 5a. columna. 

En contra de las concepciones de los escritores norteamericanos, De Jong sostiene que Hitler consideraba como su próximo objetivo la Unión Soviética y no el continente americano. "No existe ni el menor indicio de que Hitler tuviera alguna vez algún plan concreto para un ataque militar a América del Sur, o inclusive de que hubiera elaborado tales planes. Sus planes concretos —y tampoco éstos podían ser realizados— no iban más allá de las Azores- 

Con sus submarinos sólo atacó a países como Brasil, después de agosto de 1942, cuando ese país ya se había puesto al lado de sus enemigos. En la medida en que se puede comprobar, en los documentos alemanes no aparece ninguna prueba de que una minoría alemana se hubiera preparado para dar un golpe, ya sea en una forma independiente o con el apoyo del Tercer Reich, en algún país de América del Sur o de América Central. Es probable que Hitler hubiera fomentado tales golpes, después de haber conseguido derrotar a la Unión Soviética y a la Gran Bretaña".

De Jong se refiere a una orden de Canaris consistente en suspender toda actividad de sabotaje en el continente americano para irritar a los EU.

3. Otros historiadores, como Langer, Gleason y Saúl Friedla-ender adoptan una actitud más prudente e indican únicamente que en las actas alemanas encontradas hasta la fecha no se ha encontrado ninguna prueba sobre la participación de las autoridades alemanas en tales acciones.

Para analizar este problema hay que examinar dos cuestiones diferentes: 
1. ¿Rechazaron en principio las autoridades nazis en esa época toda participación en los putschs, como pretende De Jong? 
2. ¿Es demostrable la participación de autoridades alemanas en los mencionados putschs o puede probarse de que no existió tal participación?

A la primera pregunta se puede responder con base de un nuevo documento hallado en el Archivo Central de Potsdam. 

En un escrito considerado como "asunto secreto del Reich", que el señor Noebel, embajador en el Perú, envió al ministerio de Asuntos Exteriores, se decía: "Ante la política. del actual gobierno peruano, cada vez más claudicante a la presión norteamericana, ante todo la de Prado, el presidente proyanqui, así como ante la peligrosa situación que de ello se deriva, especialmente el peligro que amenaza a los alemanes residentes aquí, he considerado como deber mío reforzar los contactos con aquellos círculos peruanos que consideran el derrocamiento del actual presidente, acto que también beneficiaría a la política del Perú respecto de Alemania. Estos círculos se componen, en primer lugar, de ex colaboradores y entusiastas partidarios del mariscal Benavides, ex presidente y actual embajador en Buenos Aires, cuyo regreso al país tratan de conseguir.

"Puesto que el mariscal Benavides se había manifestado en Madrid —donde el señor von Stoherer sostenía estrechas relaciones con él y al cual había tenido oportunidad de informar acerca de la situación en el Perú...—, muy amigo de Alemania, me ha parecido oportuno ayudar aquí secretamente a los partidarios de Benavides, en la medida en que ello era posible sin comprometer a la embajada. Por eso he respondido al ruego insistente y apremiante de dichos círculos y les he prometido enviar al mariscal determinado material confidencial (especialmente sobre la política proyanqui de Prado y su actividad hostil a Alemania) por correo seguro a Buenos Aires". [los partidarios de Benavides eran su primos y a la vez cuñados los Benavides Diez Canseco; y su primos los Belaunde Diez Canseco; y los Diez Canseco Masias]







Después del informe de Noebel, el consejero de legación. Hecker, fue encargado de conversar personalmente con Benavides sobre la situación en el Perú y de exponerle las medidas antifascistas adoptadas por el gobierno. "El mariscal lamentó mucho los actos hostiles a Alemania, incomprensibles para él, y manifestó reiteradamente su admiración por Ale-' manía. Varias veces subrayó espontáneamente que él era un sincero admirador del Fuhrer... También se presentó la oportunidad de abordar un eventual regreso al Perú. A este respecto se puso de manifiesto que el mariscal tenía el propósito de regresar, pero que de momento deseaba esperar para conocer la reacción del pueblo peruano a la presión de los EU y a la actitud 'de Argentina- De todos modos, a sus partidarios se les oye decir que el momento de su regreso podría ser en septiembre".

Problablemente a estos manejos estaba ligado el intento de pasar de contrabando en la valija diplomática un aparato receptor-emisor de radio para la embajada alemana en el Perú. 

En julio de 1941, la embajada en el Perú comunicó a la central de Berlín que el gobierno peruano no quería dejar entrar en el Perú, sin abrirla, una maleta del equipaje diplomático que excedía del peso. Ese objeto consistía en un aparato de radio. La embajada en el Perú consultaba si debía devolver el objeto o si había de permitir que las autoridades peruanas inspeccionaran el contenido. La central de Berlín respondió que bajo ningún concepto debían enterarse las autoridades peruanas del contenido de la maleta. 

No obstante, en caso de que los peruanos llegaran a conocerlo, había que decirles como explicación que el aparato no era para la embajada, sino para un barco alemán que se hallaba atracado en el Perú.

El plan Noebel, que de ningún modo fue rechazado por la central de Berlín, hablaba un lenguaje claro. Estábase dispuesto a poner en marcha una conspiración. La circunstancia de que los nazis no planearan ninguna invasión inmediata en el continente americano no excluyó en absoluto tales conspiraciones. Hay que tomar en cuenta que los nazis eran problablemente tan concientes como los EU del hecho de que en esa época los norteamericanos no hubieran estado en condiciones de intervenir militarmente para eliminar a un régimen impuesto por los fascistas alemanes en la parte meridional de América del Sur.

El plan Noebel prueba que, antes de la entrada de los EU en la guerra mundial, por parte de los nazis no existía ninguna renuncia de principio a los putschs y conspiraciones en Latinoamérica.

En cuanto a la segunda pregunta, planteada respecto de la participación de las autoridades centrales de Berlín en cada una de las mencionadas conspiraciones fascistas, no se puede dar una respuesta definitiva dado el estado actual de la investigación de las fuentes. 

Sin embargo, otro de los documentos que se hallan en Potsdam revela la probabilidad de que en el caso Belmonte se trataba de una auténtica conspiración inspirada por autoridades fascistas alemanas. En la reunión del Comité para América del Sur en el Departamento Cultural-Político del ministerio de Asuntos Exteriores, se examinó el 19 de agosto de 1943, el problema "de conservar o suprimir la participación de personalidades suramericanas en las tareas de nuestro servicio de información. Bajo la impresión de la evolución política y de ciertos éxitos militares del enemigo, entre los amigos suramericanos residentes en Alemania se notan esfuerzos crecientes para transmigrar hacia España o América del Sur.

"Pero en cada caso se debe procurar encargarles determinadas misiones señaladas por nosotros en provecho de nuestro servicio de información, que podrían cumplir fácilmente en su patria. 

Trátase primeramente a este respecto de las tres personalidades siguientes: 1. El capitán argentino Miranda; 2. El doctor Cerro Cebrian, ex encargado de negocios de Perú en Berlín; 3. El comandante Belmonte el ex agregado militar boliviano"

De esto se desprende claramente que Belmonte estaba al servicio de los alemanes, tanto en 1943 como también algún tiempo antes. La conclusión de que tal era el caso ya en 1940 es mucho más probable, aunque aún no es seguro. En todo caso, de este último documento se desprende la probabilidad de que Belmonte efectivamente había escrito la carta descubierta por las autoridades bolivianas. 

El hecho de que hasta ahora carecemos de un material documental sobre la participación alemana en las distintas conspiraciones, no puede en ningún modo, servirnos de prueba de que semejante participación realmente no ha existido. Para los historiadores no hay nada más difícil como reconstituir de las fuentes de archivo la actividad de los servicios secretos. Muchas cosas nunca son consignadas en actas, y las primeras actas eme se destruyen son aquellas que informan acerca de tales acontecimientos.

Por eso las unívocas conclusiones de De Jong son un tanto extrañas. No menos extraña es la veracidad que De Jong atribuye a las declaraciones de ex diplomáticos nazis en el Proceso de Nuremberg. Según esas declaraciones ellos eran valerosos luchadores que trataron una y otra vez de limitar la nociva actividad de la Organización del Extranjero. Esa clase de méritos destacó especialmente, Willi Noebel, el ex embajador en Perú. Este declaró en Nuremberg que él había realizado una lucha constante contra la Organización del Extranjero del NSDAP, "porque yo estoy convencido de que la Organización del Extranjero y los grupos nacionales dirigidos por ella cometieron muchos desmanes en la política exterior, por medio de la ingerencia en problemas políticos de todo tipo, abusos de carácter político exterior, intentos de convertir a ciudadanos del país anfitrión, etc.". Basta comparar los alegatos de Noebel con sus planes arriba mencionados para saber qué hay que pensar de su veracidad.

En aquellos años parece que los nazis aumentaron en varías veces su red de agentes y de espionaje en la América Latina. Punto crucial de esa actividad de espionaje eran Argentina, Chile y México. 

La cuestión de que si esos agentes practicaban al propio tiempo el sabotaje, es cosa que igualmente forma parte del discutido problema de la política de los nazis en Latinoamérica. Ya durante la primera guerra mundial se habían producido serias disputas entre el ministerio de Asuntos Exteriores y las autoridades militares. Mientras que los militares querían atacar a toda costa, el ministerio de Asuntos Exteriores temía las repercusiones sobre la neutralidad de los EU y de los países latinoamericanos.








Parece que en la segunda guerra mundial habían existido problemas análogos. A principios de 1940 el ministerio de Asuntos Exteriores se dirigió al mando supremo de la Wehrmacht con la demanda de no efectuar por de pronto ningún acto de sabotaje en Latinoamérica, para evitar una. "agudización"2'0. 

En agosto, Canaris (jefe del servicio militar secreto Abwehr) aprobó esa consigna y comunicó al ministerio de Asuntos Exteriores que había dado instrucciones de "no realizar ningún acto de sabotaje en la América Latina""1. Esa decisión era sin duda alguna, en gran medida, el resultado del temor del imperialismo alemán de ver aún más debilitadas sus ya vacilantes posiciones en Latinoamérica.

En México, los militares o las autoridades del SD no mostraron ninguna clase de retraimiento en cuanto a las actividades de sabotaje en los EU, con México como punto de partida. Parece que había surgido la esperanza de utilizar a México como cuartel general de la organización alemana de espionaje y sabotaje enfilada contra los EU. A este respecto se siguieron los pasos del servicio secreto alemán en la primera guerra mundial. 

En aquel entonces Calle, el agregado militar alemán en España, había calificado a México como "base para la actividad de sabotaje en los EU". Grupos de agentes del estado mayor general y del estado mayor de la Marina habían establecido ahí su cuartel general. 

Los resultados de esa actividad fueron para el imperialismo alemán no1 sólo infructuosos sino catastróficos. Los servicios secretos norteamericanos conocían prácticamente cada uno de los pasos dados por los agentes alemanes en México. Los ingleses y los norteamericanos consiguieron descubrir el código cifrado alemán y pudieron descifrar todos los mensajes transmitidos por>la central de Berlín a sus agentes en México y en otros países latinoamericanos. 

Además, los norteamericanos lograron infiltrar agentes suyos en la red alemana. El colaborador más íntimo del jefe del servicio secreto de la Marina trabajaba para los EU, lo mismo que el intérprete personal del subjefe de los grupos de agentes del estado mayor general. Por eso no es de extrañar que los agentes apenas pudieron' decir una palabra sin que fuera registrada por los servicios norteamericanos y que todo el que intentaba llegar a los EU fuera detenido inmediatamente después de haber pasado la frontera.

La misma fisonomía que en la primera guerra mundial tenían las cosas al comienzo de la segunda. Los nazis enviaron a México grupos más numerosos de agentes que sus antecesores guillerminos- 

En abril de 1941 comunicaba el embajador de Hitler en México que en este país trabajaban por lo menos seis grupos de agentes y cada uno de ellos contaba con gran número de colaboradores. Algunos recogían información en México, otros en los EU; un "comerciante" llamado' Rekowski, mandado por el OKW, "trabajaba con una organización irlandesa en los Estados Unidos para el sabotaje de fábricas' de municiones y barcos". 

El embajador estaba convencido de que tanto los servicios secretos mexicanos como norteamericanos conocían la actividad de esos espías. "Varias de las personas mencionadas —proseguía diciendo— son calificadas de agentes secretos en la prensa de aquí y en la norteamericana. Puesto que, como es notorio, en México pululan agentes norteamericanos, considero descartado el secreto de la actividad alemana". A ello contribuyó, en gran parte, la circunstancia de que muchos de esos agentes, por desmedida arrogancia o por incapacidad, no guardaban la menor discreción. 

De Barke. uno de esos agentes, comunicó el embajador: "Según se me ha informado de Tampico, éste ha manifestado allí a personas extrañas que era hombre de confianza del OKW". 

Otro, de los agentes, Hilgert, fue "observado, en un cabaret controlado por el espionaje norteamericano, en estado de embriaguez". 

Otro agente, el comerciante Ruge, comisionado por el XI Cuerpo del Ejército de Hannover, "hace poco se ha vanagloriado allí (en Guadalajara) de cumplir misiones secretas".

Collenberg, quien temía por su propia situación en México, pidió al ministerio de Asuntos Exteriores intervenir para limitar esa actividad. La conclusión que en Berlín se sacó del informe de Collenberg consistió únicamente en cambiar los agentes, y en junio del mismo año Collenberg informaba que un nuevo agente había entrado en funciones, al cual había pagado ya 10,000 dólares y que había recibido otros 30,000> dólares para la actividad de espionaje.

Collenberg no se había equivocado completamente en cuanto a sus temores. Tan sólo unos meses después de esas declaraciones, en octubre de 1941, en una gran manifestación antifascista en México, el dirigente sindical Vicente Lombardo Toledano citó los nombres de los más importantes de esos agentes. 

La mayoría de ellos fueron detenidos o internados. Nada muestra mejor la total subestimación por parte de los nazis de la capacidad de los servicios de contraespionaje mexicanos, que la circunstancia de que el ministerio de Relaciones Exteriores mexicano pudiera mostrar al autor de este trabajo una fotocopia del diario personal de Rudt von Collenberg, embajador nazi en México.

El punto crucial de la actividad de los servicios secretos alemanes en Latinoamérica fue Argentina.

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